“Vivimos en dos mundos paralelos y diferentes: el online y el offline”
En un mundo comandado
por la incertidumbre los avances tecnológicos posibilitan la expansión de las
fronteras y también invitan al ser humano a adquirir nuevas formas de
comunicación.
El mundo on-line
facilita la velocidad de la vida moderna pero también ayuda a evitar el
encuentro con la diversidad: elaborar la forma de cohabitar con otros mediante
el diálogo parecería ya no ser necesario.
Bauman expresa en
este artículo su perspectiva respecto a estas cuestiones y nos plantea: “Nunca
en la historia humana hubo tanta comunicación como hoy pero esta comunicación
no desemboca en el diálogo, que es el desafío cultural más importante de
nuestro tiempo”
Nos preguntamos: ¿El
desafío cultural del diálogo va de la mano con los objetivos de la tecnología?
¿Cuáles serían los “valores” de la tecnología que en apariencias excluyen al
diálogo como un factor para su desarrollo?
Paradójicamente Bauman
habla de “nuestro tiempo” como si fuera posible establecer un consenso y pensar en algo nuestro en esta
época en que lo único permanente y compartido es el cambio y la incerteza.
Zygmunt Bauman. Sociólogo y filósofo
Hemos llegado a un punto en el que pasamos más
tiempo frente a pantallas que frente a otras personas y eso tiene efectos
perturbadores que no solemos percibir, dice este pensador.
En un mismo tono de voz e igual grado de
expresividad, Zygmunt Bauman, el sociólogo más influyente de las últimas
décadas, hace chistes sobre su sordera y reflexiona sobre la doble vida -online
y offline- que, según él, define nuestra modernidad. “Venga de este lado –y
señala el audífono escondido en su oído izquierdo- así puedo escuchar algo de
lo que usted me diga y conversamos”, dice en una terraza de Lignano Sabbiadoro,
el refinado balneario de la costa friulana, cerca de Udine, hasta donde Bauman
vino a recibir el Premio Hemingway en la categoría Aventura del Pensamiento.
Acaba de guardarse la pipa en el bolsillo. Tiene todavía en la mano dos
encendedores y el paquete de tabaco Clan Aromatic, un blend de catorce tabacos
diferentes elaborado en Holanda.
¿Qué aspecto de la vida moderna le hace
perder el sueño últimamente?
Bueno, trato de simplificar y de encontrar un
denominador común en lo que pienso y en lo que digo porque vivimos en un mundo
problemático y lo que subyace en común en todas las manifestaciones de los
inconvenientes de estos tiempos es la fluidez, la liquidez actual que se
refleja en nuestros sentimientos, en el conocimiento de nosotros mismos.
Bauman ya era un sociólogo prestigioso cuando
lanzó su concepto líquido -esa idea de inconsistencia que para definir el mundo
que nos rodea aplicó a la vida, al amor y a la modernidad- que le valió
notoriedad mediática y popular: “Elegí llamar ‘modernidad líquida’ a la
creciente convicción de que el cambio es lo único permanente y la incerteza la
única certeza –dice él-. La vida moderna puede adquirir diversas formas, pero
lo que las une a todas es precisamente esa fragilidad, esa temporalidad, la
vulnerabilidad y la inclinación al cambio constante”.
¿Seguimos dominados por la incertidumbre?
La incertidumbre es nuestro estado mental que
está regido por ideas como “no sé lo que va a suceder”, “no puedo planificar un
futuro”. El segundo sentimiento es el de impotencia, porque aun cuando sepamos
qué es lo que debemos hacer, no estamos seguros de que eso vaya a ser efectivo:
“no tengo los recursos, los medios”, “no tengo el poder suficiente para encarar
el desafío”. El tercer elemento, que es el más dañino psicológicamente, es el
que afecta la autoestima. Uno se siente un perdedor: “no puedo mantenerme a
flote, me hundo”, “son los demás los exitosos”. En este estado anímico de
inestabilidad, maníaco, esquizofrénico, el hombre está desesperado buscando una
solución mágica. Uno se vuelve agresivo, brutal en la relación con los demás.
Usamos los avances tecnológicos que, teóricamente deberían ayudarnos a extender
nuestras fronteras, en sentido contrario. Los utilizamos para volvernos
herméticos, para cerrarnos en lo que llamo “echo chambers”,un
espacio donde lo único que se escucha son ecos de nuestras voces, o para
encerrarnos en un “hall de los espejos” donde sólo se refleja nuestra propia
imagen y nada más.
¿Dónde lo pasamos mejor, online u
offline?
Hoy vivimos simultáneamente en dos mundos
paralelos y diferentes. Uno, creado por la tecnología online, nos permite
transcurrir horas frente a una pantalla. Por otro lado tenemos una vida normal.
La otra mitad del día consciente la pasamos en el mundo que, en oposición al
mundo online, llamo offline. Según las últimas investigaciones estadísticas, en
promedio, cada uno de nosotros pasa siete horas y media delante de la pantalla.
Y, paradojalmente, el peligro que yace allí es la propensión de la mayor parte
de los internautas a hacer del mundo online una zona ausente de conflictos. Cuando
uno camina por la calle en Buenos Aires, en Río de Janeiro, en Venecia o en
Roma, no se puede evitar encontrarse con la diversidad de las personas. Uno
debe negociar la cohabitación con esa gente de distinto color de piel, de
diferentes religiones, diferentes idiomas. No se puede evitar. Pero sí se puede
esquivar en Internet. Ahí hay una solución mágica a nuestros problemas. Uno
oprime el botón “borrar” y las sensaciones desagradables desaparecen. Estamos
en proceso de liquidez ayudada por el desarrollo de esta tecnología. Estamos
olvidando lentamente, o nunca lo hemos aprendido, el arte del diálogo. Entre
los daños más analizados y teóricamente más nocivos de la vida online están la
dispersión de la atención, el deterioro de la capacidad de escuchar y de la
facultad de comprender, que llevan al empobrecimiento de la capacidad de
dialogar, una forma de comunicación de vital importancia en el mundo offline.
Si nos sentimos cómodos conectados, ¿para
qué nos haría falta recuperar el diálogo?
El futuro de nuestra cohabitación en la vida
moderna se basa en el desarrollo del arte del diálogo. El diálogo implica una
intención real de comprendernos mutuamente para vivir juntos en paz, aun
gracias a nuestras diferencias y no a pesar de ellas. Hay que transformar esa coexistencia
llena de problemas en cooperación, lo que se revelará en un enriquecimiento
mutuo. Yo puedo aprovechar su experiencia inaccesible para mí y usted puede
tomar algún aspecto de mi conocimiento que le sea útil. En un mundo de
diáspora, globalizado, el arte del diálogo es crucial. La diasporización es un
hecho. Estoy seguro de que Buenos Aires es una colección de diversas diásporas.
En Londres hay 70 diásporas diversas: étnicas, ideológicas, religiosas, que
viven una al lado de la otra. Transformar esta coexistencia en cooperación es
el desafío más importante de nuestro tiempo. Diálogo significa exponer las
propias ideas aun asumiendo el riesgo de que en el transcurso de la
conversación se compruebe que uno estaba equivocado y que el otro tenía razón.
El mejor ejemplo lo ha dado su Papa, el Papa argentino: apenas asumió,
Francisco concedió su primera entrevista a Eugenio Scalfari, decano de los
periodistas italianos y ateo confeso, y a un diario anticlerical como es La
Repubblica.
¿La vida online es un refugio o un
consuelo a esa falta de diálogo?
Hallamos un sustituto a nuestra sociabilidad en
Internet y eso hace más fácil no resolver los problemas de la diversidad. Es un
modo infantil de esquivar vivir en la diversidad. Hay otra fuerza que actúa en contra
y es el cambio de situación en la regulación del mercado del trabajo. Los
antiguos lugares de trabajo eran ámbitos que propiciaban la solidaridad entre las
personas. Eran estables. Eso cambió hoy con los contratos breves y precarios.
Las condiciones inestables, fluctuantes y sin perspectivas de carrera no
favorecen la solidaridad sino la competencia. Estos dos factores no incentivan
a la gente para el diálogo. Soy una persona ya mayor y creo que me voy a morir
sin ver este problema resuelto.
Surgen en distintos lugares del mundo,
sin embargo, procesos de autoorganización social desde abajo. Vecinos que se
autogestionan para resolver problemas como la inseguridad o para recuerar la
sociabilidad perdida. ¿Es una alternativa o un paliativo?
Lo que usted señala es muy importante. Es crucial
para la actual situación porque todas las instituciones de acción colectiva que
heredamos de nuestros ancestros, aquellos que desarrollaron las bases de la
democracia moderna como el poder tripartito, el parlamento en las democracias
representativas, las elecciones, la Corte Suprema, ya no funcionan
adecuadamente. Todas estas instituciones tenían una única y misma idea en
mente: establecer las reglas de la soberanía territorial. Pero vivimos en
condiciones de globalización, lo que significa que nadie es territorialmente
independiente. Ningún gobierno hoy puede decir que tiene pleno control de la
situación porque se vive en un mundo globalizado donde los mercados, las
finanzas, el poder, todo está globalizado. Entonces, aquellas instituciones que
una vez fueron efectivas en establecer la independencia territorial para un
mejor desarrollo del Estado moderno, hoy son inservibles para afrontar el tema
de la interdependencia a la que nos enfrenta la globalización.
¿Los gobiernos son ciegos o necios al
punto de no admitir la globalización?
Proponen soluciones locales a problemas globales.
No se puede pensar con esta lógica. Es preciso desarrollar soluciones que
renieguen de las fronteras territoriales del mismo modo que lo han hecho los
bancos, los mercados, el capital de inversiones, el conocimiento, el
terrorismo, el mercado de armas, el narcotráfico.
¿Y eso daría origen a las nuevas formas
de autoorganización?
Surgen proyectos interesantes como Slow Food o
Médicos Sin Fronteras. Jeremy Rifkin (economista y teórico social
estadounidense) escribió un libro que se publicó el año pasado - The
Zero Marginal Cost Society. The Internet of Things, The Collaborative Commons, and the Eclipse of
Capitalism (El
costo social cero. La Internet de las cosas, los bienes comunes
colaborativos y el eclipse del capitalismo)- donde señala que una nueva
realidad está emergiendo aún inadvertida por la opinión pública. Los mercados
competitivos están siendo reemplazados por lo que él denomina “collaborative
commons” , el bien común colaborativo, donde la gente no busca la
ganancia personal sino la cooperación, reunir fuerzas y compartir. Compartir
conocimiento, recursos. Compartir felicidad, compartir welfare .
¿Usted está de acuerdo?
No sabría decir si Rifkin tiene razón o no. El
dice que la tecnología resolverá el problema, que lo hará por nosotros. Para mí
eso es una reedición del determinismo tecnológico que no me gusta. Me resulta
improbable sugerir que la cuestión esté resuelta y que el éxito de la transformación
en curso esté preestablecido. Un hacha se puede usar para cortar leña o para
partirle la cabeza a alguien: mientras la tecnología determina la serie de
opciones abiertas a los seres humanos, no determina cuál de estas opciones al
final será elegida o descartada. Qué puede hacer el hombre es tal vez una
pregunta que puede dirigirse a la tecnología. Pero qué hará el hombre debe
preguntarse a la política, a la sociología, a la psicología. La gente está
buscando alternativas a las instituciones que no están funcionando. Hacen lo
que nadie hará por ellos. Eso es innegable.
Facebook,
la tierra de la vigilancia voluntaria
Copyright Clarín, 2014.
“Mark Zuckerberg embolsó 50 millones de dólares
apuntando a nuestro miedo de estar solos. Eso es Facebook”, nos dice Zygmunt
Bauman en su reflexión sobre el rol de las redes sociales en la vida moderna. Y
explica: “Nunca en la historia humana hubo tanta comunicación como hoy pero
esta comunicación no desemboca en el diálogo, que es el desafío cultural más importante
de nuestro tiempo. En Facebook jamás puede suceder que alguien se sienta
rechazado o excluido. Siempre, veinticuatro horas al día, los siete días de la
semana, habrá alguien dispuesto a recibir un mensaje o a responderlo”.
Bauman menciona un capítulo del ensayo del
sociólogo y periodista bielorruso Evgenij Morozov, La ingenuidad de la red,
titulado “Por qué la KGB quiere que te inscribas en Facebook”: “Millones de
usuarios de Facebook corren carreras para hacer públicos los aspectos más
íntimos y por lo tanto más inaccesibles de sus propias intimidades –dice
Bauman-. Y no sólo eso: de tus propias relaciones sociales, de sus propios
pensamientos. Las redes sociales son el terreno de una forma de vigilancia
voluntaria, hecha en casa, preferible a las agencias especializadas en las que
operan profesionales del espionaje.”
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